CÓDIGO DE GUERRA
Performance
Dimensiones y duración variables
Acción realizada en Espacio Vacío
2009
Código de guerra plantea una experiencia en la que la participación del público no es un complemento, sino el núcleo mismo de la acción. Aquí, María José Machado adquiere conciencia sobre cómo el acontecimiento performativo se vuelve más potente cuando la participación del público genera sentido cuando la obra se completa con la intervención de otros.
La acción inicia con la artista encarnando a la Virgen Dolorosa al ingresar a la galería Espacio vacío. Esta figura, profundamente arraigada en el imaginario cristiano, del duelo y del dolor, introduce un clima de tensión: el cuerpo disciplinado por la religión, el sacrificio femenino como mandato moral y la fragilidad de un deseo que históricamente ha sido regulado. Con sangre propia, Machado escribe una serie de números sobre las paredes blancas del espacio expositivo.
En un primer momento, el público no logra identificar su sentido; sin embargo, cuando la artista introduce comas o signos que recuerdan la estructura gramatical del lenguaje verbal, la acción invita a la audiencia a descifrar el contenido. Cabe señalar que, en ese periodo, muchas empresas utilizaban números telefónicos 1-800 acompañados de combinaciones alfabéticas que remitían al nombre de la marca, aprovechando los códigos numérico-alfabéticos de los teclados telefónicos. Este sistema —que recuerda al cifrado por desplazamiento tipo César, donde cada letra se sustituye por otra ubicada varias posiciones más adelante en el alfabeto— formaba parte del imaginario cotidiano asociado al uso de teléfonos fijos y celulares en el contexto temporal en el que se desarrolló la obra.
Al trasladar ese código a la acción, la obra invita al público a usar su propio dispositivo para decodificar los mensajes, transformando la contemplación pasiva en participación directa. Cuando los fragmentos finalmente se revelan, emergen pasajes del Cantar de los Cantares, uno de los textos más eróticos del Antiguo Testamento. La acción confronta así la tensión entre el imaginario cristiano sexualmente restrictivo y la existencia de un erotismo poético inscrito en la tradición bíblica.
Al incorporar el uso cotidiano del celular como herramienta creativa, se genera una conexión directa con el público y una expansión del alcance de la obra. El cuerpo de la artista deja de ser únicamente un cuerpo individual y se convierte en un catalizador para una experiencia colectiva donde se cruzan religión, género y deseo. Así, la acción concluye sin un cierre explícito: es el público quien completa la experiencia al descifrar, leer y reinterpretar el mensaje.




